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Economía
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Eduardo Constantini: el filántropo con campo lavado, apellido blindado y real estate en estero

¿Es un héroe de la cultura o un ninja del capitalismo de guante blanco? Como espectáculo, el señor Constantini da para debate: un poderoso que compra campos con pasado turbio, negocia con países vecinos, esquiva causas fiscales y todavía recibe gestas artísticas con corona incluida.

Eduardo Constantini: el filántropo con campo lavado, apellido blindado y real estate en estero

En este rincón del capitalismo argentino, Eduardo Constantini se presenta como el reformador del arte y el desarrollo urbano: creador del Malba, padre del Nordelta y, según él, héroe del crecimiento económico. Su currículum incluye una obra caritativa que desborda museos y edificios cerrados. Pero ahora, entre las luces de la galería, asoma más de una sombra.

Primero, la escena rural: a principios de año Constantini, junto al polista Adolfo Cambiasso, se anotó la compra de campo uruguayo por USD 10 millones, el célebre “Entrevero", que vio la luz tras una subasta judicial por lavado de dinero del clan Báez.

Un detalle no menor: Báez pagó USD 14 millones en su día y, según Leonardo Fariña, entre la escritura y los “pagos extra” esa cifra llegó a los USD 16 millones.

En resumen: lo adquirió a precio de remate, con etiqueta de ganga sospechosa. Nada que arruine el prestigio… salvo por la advertencia de que era un terreno con pasado en la ruta del dinero K. Tranquilo, Eduardo lo capitalizó.

En segundo acto aparece el frente judicial. La Corte Suprema pidió revisar una causa por evasión tributaria en los albores del 2000, relacionada con Nordelta, que se extinguió por inacción de la AFIP. ¡Oh, qué coincidencia! Al tipo le saldría gratis un audaz combo fiscal: ¿evasión?… ¿prescripción?… ¿nuevo status de “pillín premiado”? En Argentina, claro, no pasa nada, salvo unos pocos tuits explosivos.

Y, por si faltaba marketing, en mayo cerró un negocio inmobiliario supuestamente “más grande del país”: compró el 51 % de Argencons por USD 25 millones.

El empresario que decía que “Argentina está quebrada” y que el país votó por ajuste, ahora consolida su imperio inmobiliario al ritmo de subidón blanco, mientras muchos ajustan cinturones.

Todo esto viene aderezado por su papel en varios gobiernos: donante de campañas tanto de Macri como del Frente de Todos, pendulando en ambas puntas ideológicas. Porque, como buen músico del dinosaurio político, si hay que ajustar para el pueblo pero comprar para él, se ajusta el presupuesto ajeno y se expande el propio.

Para ponerle el moño, su veta etérea de filántropo: premio de mecenazgo institucional en Madrid, apadrinado por la Reina Sofía, aplaudiendo su “función social del arte” al ritmo de brochazos millonarios.

Constantini es un señor de apellido intocable, incluso por sus exesposas, protegidas por juicios que evitaban su uso, gurú del arte europeo, urbanista millonario, contribuyente por conveniencia y evasor por olvido judicial.

Su figura se erige en una torre de marfil con mirador a Punta del Este, Montevideo y Miami, mientras esquiva las refriegas domésticas de la economía real.

Con estos antecedentes, ¿es héroe de la cultura o ninja del capitalismo de guante blanco? Cada cual decide. Pero, como espectáculo, el señor Constantini da para debate: un poderoso que compra campos con pasado turbio, negocia con países vecinos, esquiva causas fiscales y todavía recibe gestas artísticas con corona incluida. El libreto, no manzana: siempre juega para él.