Ritondo a los gritos porque Bornoroni concedió que la votación sea nominal
El Congreso se convirtió en un campo minado al habilitar votaciones nominales que exponen a cada legislador al costo político de su decisión, mientras la oposición, olfateando sangre, se prepara para cobrar cada voto.

En una semana más que adversa para la gobernabilidad del oficialismo, el Congreso se convirtió en un campo minado.
Con una agenda cargada de proyectos incómodos —cuando no abiertamente hostiles—, la oposición huele sangre y se prepara para cobrar cada voto con recibo. Literalmente.
La antesala de esta ofensiva legislativa se dio, como siempre, a puertas cerradas: en la sala de labor parlamentaria, donde los jefes de bloque negocian la coreografía del recinto. Allí, Ferando Bornoroni, alterego del presidente de la Cámara, Martin Menem, habilitó que las votaciones de los próximos proyectos sean nominales, es decir, con nombre y apellido. Cada legislador deberá asumir, a cara descubierta, el costo político de su decisión.
Fue Bornoroni quien terminó concediendo el pedido que la oposición venía reclamando: transparencia, sí; pero también exposición y presión pública.
La decisión hizo estallar a Cristian Ritondo, jefe del PRO, quien interpretó la jugada como una provocación. Lo que siguió fue una discusión subida de tono que, según relatan testigos de la trastienda legislativa, terminó a los gritos.
Mientras tanto, en los pasillos del Congreso, el humor opositor es el de quien ve al Gobierno herido y huele la oportunidad de avanzar con su propia agenda: movilidad jubilatoria, defensa de universidades, fondos para las provincias, y otros temas que el Ejecutivo había intentado congelar. Esta vez, el freezer se abrió solo.
La sesión no es una más. Cada voto valdrá por dos: por lo que diga, y por quién lo emita. Y en la política, a veces, eso duele más que perder una ley.