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Economía
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Papers baratos y zapatos de goma: Ante el delicado frente económico que azota a la Argentina, Milei se refugia en la escuela austríaca

Como Alicia en el País de las Maravillas, el Presidente argentino decide escapar de la realidad y apoyarse en una doctrina económica demasiado fina como para explicar la complejidad del mundo real.

Por Negocios y Política
Papers baratos y zapatos de goma: Ante el delicado frente económico que azota a la Argentina, Milei se refugia en la escuela austríaca

En toda escuela económica —sea la austríaca, la keynesiana o la neoclásica— sus académicos se basan en modelos para intentar explicar las causas y consecuencias de los fenómenos económicos. Un modelo no es más que una simplificación de la realidad. Es decir, es como un mapa que reduce la complejidad geográfica que un país puede tener. Así como sería impráctico (o directamente absurdo) usar un mapa de tamaño real y escala 1:1 para orientarse, sería imposible describir y predecir el comportamiento de una economía sin reducirla a un conjunto de variables y relaciones básicas. El problema es que, igual que un mapa, un modelo deja cosas afuera, y lo que queda afuera puede ser justamente lo que importa.

Para lograr esta simplificación, los modelos económicos parten de supuestos. Muchos de ellos, aunque útiles para que el modelo “funcione” en un paper o en un pizarrón, no necesariamente se condicen con la realidad (o, si lo hacen, sucede solo en el muy largo plazo). Ejemplos típicos que atraviesan distintas escuelas —incluida la austríaca— son:

  • Consumidores racionales: personas que siempre eligen la opción que maximiza su beneficio, como si fueran calculadoras humanas sin emociones, miedos ni sesgos. En la versión austríaca, se habla de “acción humana intencional”, pero el resultado práctico es similar: agentes que actúan de forma coherente y consistente con sus objetivos.
  • Decisiones informadas y completas: agentes que saben absolutamente todo lo que necesitan saber para decidir, como si la economía real se jugara con las cartas boca arriba. Los austríacos suelen matizar diciendo que la información está dispersa, pero sus razonamientos parten de que los individuos saben usarla perfectamente para maximizar sus fines.

En su reciente cadena nacional, Milei apoyó su argumentación en dos pilares muy identificables con la tradición austríaca: que la inflación es exclusivamente un fenómeno monetario y que el tipo de cambio no tiene relación causal con el nivel general de precios. Estos postulados, junto con la teoría subjetiva del valor —la idea de que el precio de los bienes se determina por la utilidad que cada individuo les asigna y no por sus costos de producción—, forman el núcleo conceptual desde el que interpreta la economía argentina. El problema aparece cuando estos principios, formulados para modelos ideales, se intentan aplicar sin matices a una economía real con shocks externos, mercados incompletos, informalidad y una estructura productiva bimonetaria como la nuestra.

Inflación como fenómeno exclusivamente monetario

En su cadena nacional, Milei volvió a afirmar que la inflación es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario” y que solo responde a la cantidad de dinero en circulación. En este esquema, los precios no suben por expectativas, costos o variaciones del dólar, sino únicamente cuando la base monetaria se expande. El problema es que la propia realidad argentina contradice esta simplificación: los empresarios remarcan precios ante cambios esperados en el tipo de cambio, tarifas o regulaciones, incluso sin que haya un solo peso extra en la calle. Paradójicamente, en una intervención anterior, Milei justificó que el mercado —y no una persona— debía tomar las decisiones porque para hacerlo bien habría que ser “omnisciente, omnipresente y omnipotente”. Sin embargo, ahora parece sostener que ese mismo mercado no actúa anticipando el futuro, sino que espera dócilmente 18 a 24 meses para ajustar precios. Este supuesto queda fácilmente desmentido con solo mirar a la raza empresaria argentina: en un entorno donde la selección natural es puramente económica, el que no reaccionó rápido ante los manotazos del mercado no sobrevivió lo suficiente como para contarlo.

A esto se suma una incoherencia evidente con las propias políticas económicas del gobierno: mientras Milei sostiene que la inflación responde únicamente a la cantidad de dinero, el Banco Central convalida tasas de interés que duplican la inflación esperada. Una estrategia así se basa justamente en influir sobre las expectativas futuras de precios, reconociendo de facto que los agentes económicos reaccionan antes a los cambios anticipados que a los datos del presente.

Negación de la relación causal tipo de cambio y precios

En su alocución del día de ayer, Milei sostuvo que el tipo de cambio no tiene relación causal con el nivel general de precios, salvo que haya emisión monetaria que lo convalide. Según este enfoque, si la base monetaria está fija, un salto en el dólar encarece algunos bienes, pero obliga a que otros bajen, manteniendo estable el nivel general. Es una visión coherente dentro de ciertos modelos teóricos, pero que choca de frente con la dinámica de una economía bimonetaria como la argentina, donde el dólar es referencia para fijar precios incluso en productos que no se importan, y donde el pass-through —la velocidad con que un cambio del tipo de cambio se traslada a los precios— es alto y casi inmediato.

La contradicción con su propia gestión es evidente: si el tipo de cambio no afectara la inflación, el Banco Central no tendría motivos para intervenir agresivamente en el mercado de dólar futuro. Sin embargo, lo hizo y aceptó pérdidas millonarias para evitar un salto en la cotización que, de haberse producido, habría tenido un traslado directo a precios. A esto se suma que buena parte de las tarifas de gas y electricidad están dolarizadas, lo que hace que cualquier movimiento del dólar impacte de forma directa en el costo de vida. Y, paradójicamente, el propio Milei celebró en más de una ocasión que salarios y jubilaciones medidos en dólares habían crecido, como si esa referencia tuviera un vínculo directo con el poder adquisitivo. Si ese vínculo existe para hablar de mejoras, también existe —y con la misma fuerza— para explicar deterioros.

Más allá de las Columnas de Hércules

Al final de este mapa hipersimplificado que plantea la escuela austríaca, espera la realidad con problemas que no pueden ser explicados ni resueltos con citas de manual ni construcciones teóricas. Y el problema no es solo que esos supuestos no se cumplan en la Argentina: es que, mientras Milei se aferra a ellos, la economía acumula tensiones que pueden estallar. Hoy el Banco Central convalida tasas astronómicas —55% anual contra una inflación esperada de 25%— que harían inviable a cualquier economía. Si a esa tasa se le presta a un agente muy solvente como un banco, ¿a cuánto le van a prestar a un verdulero o a un industrial que necesita un adelanto para comprar materia prima? Cada punto que suben los intereses en la deuda en pesos implica que, en el futuro, habrá que emitir más para pagarlos. Y si hasta Milei sostiene que la inflación es exclusivamente monetaria, también está reconociendo que esa emisión futura será un problema.

A eso se suman tarifas y deudas en dólares, expectativas frágiles y un Banco Central que interviene a contramano de la doctrina para evitar que el tipo de cambio dispare los precios. El peligro del divague intelectualoide no es solo académico: es que, entretenidos en el laboratorio, los economistas de gobierno pierdan de vista que afuera hay un país real, donde las bombas no se desactivan con citas de Mises, sino con políticas que funcionen. No es “el riesgo Kuka”, es la economía, estúpido.